Ningún ser humano es una isla

Por: Isabel San Martín Erice. Enfermera de ANADI.

El ser humano es un ser social por naturaleza. Si hemos podido desarrollarnos y avanzar evolutivamente como especie y como sociedad es gracias al apoyo de nuestros congéneres, y a los cuidados y solidaridad colectivas. La creciente digitalización de la sociedad nos está impulsando a grados cada vez más altos de individualismo, aislamiento y soledad, especialmente en los últimos años debido, entre otros, a la pandemia por COVID-19. En encuestas realizadas en el Reino Unido entre el 5 y el 7% de los adultos declararon sentirse solos a menudo o siempre, y en las personas mayores (edad > 60 años) las tasas de prevalencia aumentan hasta el 43%. Los factores psicosociales están cada vez más estudiados y reconocidos como claves en su relación con la salud física de las personas; de entre ellos, la soledad y el aislamiento social se han convertido en áreas de investigación por su impacto en los factores de riesgo cardiovascular (FRCV). Recientemente, la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) ha reconocido la importancia de los aspectos psicosociales en sus guías de prácticas clínicas. De entre los FRCV uno de los más prevalentes es la diabetes. También en este sentido, la Asociación Americana del Corazón emitió una declaración en la que llamaba la atención sobre la importancia de los determinantes sociales de la salud (DSS) en las personas con diabetes, además de los factores de riesgo tradicionales (como la dieta, el tabaquismo, el ejercicio, los niveles de LDL o la HbA1c.)

A pesar de estar relacionados, la soledad y el aislamiento social son conceptos y constructos distintos. Según la RAE la soledad es “la carencia voluntaria o involuntaria de compañía”. La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) la define como un malestar o incomodidad afectiva y cognitiva por estar o percibirse a uno mismo solo o en soledad; un sentimiento de tener menos contactos sociales de los deseados (cantidad) o porque se siente que las relaciones sociales actuales carecen de características de calidad (es decir, intimidad, apertura y confidencialidad). Por el contrario, el aislamiento social refleja las características objetivas de la situación social de un individuo y se refiere a la ausencia de contactos y relaciones sociales. El objetivo de este artículo es dar a conocer algunos de los estudios que han evaluado de qué manera influyen la soledad y el aislamiento social en los distintos tipos de diabetes. 

Soledad y Diabetes tipo 1: la importancia del apoyo entre iguales: 

La diabetes mellitus tipo 1 es una enfermedad de carácter autoinmune debida a factores genéticos y ambientales, en la que las células productoras de insulina son atacadas por el propio organismo lo que provoca que su capacidad para producir insulina quede anulada. No tiene, por tanto, relación con hábitos de salud. El debut se produce, principalmente, en la infancia y la juventud, lo que supone que las personas con diabetes tipo 1 convivan con su enfermedad durante prácticamente toda su vida. A lo largo de este camino, la persona puede llegar a pasar por muchas fases en la relación con su diabetes; desde la negación hasta la ira, el rechazo o la tristeza lo que puede provocar períodos con un peor control glucémico. Para estas personas, la soledad y el aislamiento social a veces vienen de la mano de la incomprensión de su propio entorno que no termina de percibir y entender la importancia de los hábitos de salud o las pautas de tratamiento que tiene que seguir. Se ha detectado que esto es especialmente problemático en los adolescentes en comparación con los niños más pequeños debido, en parte, a la importancia que el grupo tiene en esta etapa vital. Los estudios han valorado la relación entre un mayor número de amigas y amigos que apoyen regular y activamente a las personas con diabetes, con un mejor manejo de esta. El número de personas del equipo de apoyo se correlacionó positivamente con un mejor control metabólico, lo que sugiere que cuando el apoyo de los compañeros está presente y fácilmente disponible los y las jóvenes pueden tener un mejor manejo de la diabetes. Otra posible interpretación de los resultados es que las personas con un mejor control metabólico se sientan más cómodas incluyendo a sus compañeros en el control de la enfermedad.

También entre adultos, los estudios han demostrado que el apoyo entre iguales es especialmente beneficioso entre aquellas personas que, en su día a día, no tienen un sostén efectivo de su entorno más cercano, entre las personas que sienten la necesidad de un apoyo o que consideran que dentro de un grupo podrían abordar cuestiones importantes para ellos. En un estudio que evaluó los efectos de un grupo de apoyo para personas con diabetes tipo 1 usuarias de bomba de insulina, los participantes experimentaron una mejora del capital social específico de la diabetes; capital social entendido como: las características de una organización social en tanto a redes, normas y confianza mutua que facilitan la coordinación y la cooperación para el beneficio común, y es considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como parte de los determinantes sociales de la salud pública para la disminución de las desigualdades en salud. También, mostró el aumento de la motivación en relación con los cuidados en diabetes, la toma de conciencia de prácticas beneficiosas de autocuidado y con una apertura a la normalización de la vida con diabetes. En este estudio también se detectaron efectos negativos como: sentirse tristes tras las reuniones o diferentes, y no tan bien controlados como los demás participantes. También, se manifestó entre las personas participantes más conciencia de las posibilidades de tratamiento y apoyo, y consiguieron mayores niveles de empoderamiento. 

Soledad y Diabetes tipo 2: factor de riesgo cardiovascular, control metabólico y aumento de incidencia. 

La soledad y el aislamiento social influyen en las personas con diabetes tipo 2 a otros niveles y su abordaje debe ser también tenido en cuenta. Un estudio, publicado en el European Heart Journal, investigó la asociación de las escalas de soledad y aislamiento social con el riesgo de padecer enfermedad cardiovascular (ECV) en personas con diabetes y compara la importancia relativa de la soledad y el aislamiento social con factores de riesgo tradicionales: tabaquismo, dieta o tensión arterial (TA). En concreto, la soledad añadida a un bajo grado de control de los factores de riesgo produciría un aumento del 8,5% de casos de ECV. En el estudio, se utilizaron escalas para evaluar los niveles de soledad y aislamiento social, respectivamente. El grado de control de los factores de riesgo se definió mediante cifras de hemoglobina glicosilada (HbA1c), TA, colesterol de baja densidad (LDL-C), tabaquismo y enfermedad renal. Los resultados indicaron que, entre las personas con diabetes tipo 2, la soledad tenía mayor fuerza relativa para predecir la ECV que los factores de riesgo relacionados con el estilo de vida. Los resultados de este estudio podrían explicarse por la evidencia de que las personas con diabetes no sólo tienen un mayor riesgo de ECV, sino que también experimentan mayores niveles de soledad que los individuos sin diabetes. 

Estudios también han relacionado la soledad con el desarrollo de diabetes tipo 2. En un estudio de 20 años de seguimiento realizado en Noruega se quiso evaluar si la soledad está asociada con un mayor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2. Como tanto la soledad como la diabetes de tipo 2 se han relacionado con la depresión y los problemas de sueño, también el estudio investigó si la asociación entre la soledad y la diabetes de tipo 2 está mediada por estos síntomas. En este periodo de tiempo, se detectó que el 4,9% de los participantes en el estudio desarrollaron diabetes de tipo 2. Las personas que se sentían más solas tenían el doble de riesgo de desarrollar diabetes de tipo 2 en comparación con las que no se sentían solas. Los datos sugieren que la soledad pueda ser un factor que aumente el riesgo de padecer diabetes tipo 2, sin llegar a encontrar evidencia que indique la medicación de la depresión y el insomnio. Tal y como el propio estudio señala, en él no se responden a preguntas que serían útiles a la hora de planificar intervenciones preventivas específicas, por ejemplo: de qué modo o hasta qué punto la soledad provoca la activación del organismo al estrés, cómo la soledad afecta al comportamiento relacionado hábitos de salud perjudiciales, y cómo interactúan estas dos vías para contribuir a un mayor riesgo de padecer diabetes tipo 2. Otra investigación, realizada en el Reino Unido, evaluó la relación prospectiva entre la soledad y la aparición de diabetes de tipo 2 en un estudio longitudinal de 12 años de seguimiento. Los resultados mostraron que las personas que desarrollaron diabetes eran significativamente más solitarios de media que los que no desarrollaron diabetes. Encontraron otros factores relacionados, tales como: los menores recursos económicos o la presencia de síntomas depresivos al inicio del estudio. En el estudio los grupos que desarrollaron diabetes y los que no lo hicieron no diferían en cuanto a edad, tabaquismo, actividad física, aislamiento social o el hecho de vivir solo.  

Conclusión: 

La soledad es un factor de riesgo importante y frecuentemente desatendido por los profesionales de salud. Pocas veces en la consulta médica o de la enfermera se estudian y evalúan las amistades, las redes de apoyo, o el entorno familiar y social de la persona con diabetes. Se ha visto que la soledad afecta tanto a la incidencia de la diabetes, como al control metabólico y tiene una importancia similar a los factores de riesgo cardiovascular tradicionales para las personas con diabetes. Debido a que los estudios señalan que la soledad incrementa el riesgo de incidencia de diabetes tipo 2, independientemente de si la persona vive sola, las estrategias de prevención en diabetes deberían hacer hincapié y enfocarse también en evaluar y potenciar redes de apoyo que mejoren la calidad de las relaciones sociales de las personas con y sin diabetes, puesto que la ciencia ha demostrado lo que intuitivamente ya sabíamos: “ningún ser humano es una isla”. 

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